Gracias a la generosidad de nuestros voluntarios, estos días estamos pintando el templo para dejarlo como nuevo. Después de unos siete años de uso del templo, Javier se me ofreció para pintar el templo, que tenía pinta de estar muy sucio. Desde que llegué a la parroquia quería hacerlo, pero me daba «no se qué» gastar el dinero en eso, pues dentro de poco empezarían las obras. Al fin y al cabo, todas las reformas (excepto dividir la sala) nos habían salido gratis hasta ahora. Y las obras se van reatrasando al ritmo del ayuntamiento.
Así que, como yo no me decidía, Dios me envió un amigo porque Él sí quería que arregláramos el templo.
¡Muchas gracias, Señor!