Carta del párroco

Otra vez más, tenemos que cerrar nuestra parroquia. Hace meses lo hicimos para evitar contagios, esta vez lo hacemos para evitar que nadie muera sepultado bajo la estructura de acero y lona que se nos ha derrumbado.

Todo empezó ayer por la noche. Antes de irnos, don Alberto y yo vimos que la estructura metálica del atrio se estaba combando. Llamamos a los bomberos, nos dijeron que vendrían y al cabo de un rato me llama la policía y me dice que los bomberos ya habían pasado. Algo que era falso.

Esta noche el techo del atrio se hundió aplastado por la nieve. Pero con tan mala fortuna que no ha terminado de caer, por lo que no podemos entrar en la parroquia para evitar alguna desgracia personal. Gracias a Dios, no está afectado el techo de la estructura del templo, con lo que el templo y las salas no peligran. No es posible retirar el Santísimo porque no podemos acceder al hall de ningún modo. Aún así, como nuestro sagrario es una caja fuerte, anclada al suelo, aunque todo se desmoronara, seguramente nuestro sagrario seguirá en pie, custodiando a nuestro Señor.

Con todo lo que estamos viviendo, alguna persona me ha preguntado: ¿por qué pasa todo esto?, ¿es que Dios ha dejado de querernos?, ¿por qué tantas desgracias?

Por eso, escribo esta carta intentando explicar por qué ocurren las cosas.

1.- Dios no es el culpable. Dios ha creado las cosas bien, pero no ha creado el mejor mundo posible. Dios ha querido poner el mundo en nuestras manos para que nosotros lo llevemos a su plenitud. Nos ha dado la inteligencia y la libertad para llevar a cabo esta misión. y estos dones son la prueba de su inmenso amor por nosotros. sin libertad no hay amor posible.

Por otro lado, Dios  lo ha creado todo con una cierta consistencia. Aunque todo tiene su origen en Dios, Dios ha creado unas leyes físicas naturales por las que todo el universo se rige. Son las leyes de la naturaleza las que provocan las tormentas, los terremotos… Dios no provoca todo directamente, sino que deja que la naturaleza siga su curso. Esa naturaleza con leyes propias puede ser objeto de estudio en sí misma. ese estudio es algo querido por Dios. La fe y la ciencia no pueden enfrentarse jamás, al revés cuanto más conozcamos la creación, mejor conoceremos y serviremos a Dios y a nuestros hermanos. Éste es el objeto de la ciencia.

Es cierto que en ocasiones detiene sus propias leyes naturales porque hay un motivo mayor, pero habitualmente el mundo sigue su curso. Tampoco es que Dios haya creado el mundo y nos haya abandonado, sino que con su providencia sigue cuidándolo y llevándolo a su plenitud. Nosotros mismos somos parte de esa providencia. Del mismo modo que las leyes de la naturaleza, que todavía no conocemos bien, son parte también de esa providencia ordinaria de Dios. La creación no es algo arbitrario, simplemente aún no la conocemos bien.

2.- Antes del pecado original existía una armonía entre el hombre y la naturaleza, de modo que no dejaban de producirse los terremotos, pero el hombre podía ponerse a salvo porque lo notaba. Tras la caída esa armonía se rompió. Aún así, tenemos la inteligencia para anticiparnos y prever lo que pueda pasar. De hecho, ante las catástrofes quienes sufren más son los pobres, pues las estructuras  de sus casas son más débiles. Ahí se ve que pese a los grandes logros que hemos alcanzado para dominar la creación y mejorar la salud de las personas, cuando ocurren catástrofes en gran medida se debe a que por nuestro egoísmo muchos no pueden beneficiarse de las mismas ventajas de la técnica que otros.

3.- De modo, que realmente los culpables somos nosotros. A veces, los sucesos que consideramos catastróficos no se pueden evitar o no sabemos todavía cómo evitarlos, pero sus consecuencias sí podemos paliarlas. Ante estas situaciones graves como la muerte un chaval en la flor de la vida o unas inundaciones arrasan el litoral surge la pregunta imperiosa y brutal de dónde está Dios.

Él mismo podría respondernos de esta manera: «Hijo mío, me preguntas dónde estaba cuando llegaba la enfermedad o el infortunio. Te diré que estoy junto a ti llorando y dándote la fuerza que necesitas para salir adelante, para cuidar a los tuyos, para seguir amando incluso en un campo de concentración, como sostuve a San Maximiliano María Kolve y a tantos hijos míos, como sostuve a Jesús en su pasión por ti. Si no evité la situación fue porque íbamos a sacar juntos un provecho mayor o porque no puedo sustituir la libertad de mis hijos con cualquier pretexto. No quiero esclavos, quiero hijos que puedan amar aunque también puedan odiar».

Durante el confinamiento, mucha gente ha hecho más fácil esta enfermedad a sus hermanos con tanto esfuerzo y servicios. Un auténtico ejército de voluntarios estuvo cuidando a los que no podían salir de casa. Al venirse abajo la estructura de la parroquia he visto a Dios echando un mano en todos los feligreses que habéis venido, que os habéis ofrecido. ¿Cómo voy a dudar de Dios si le veo en vuestros corazones fuertes y dispuestos a amar?

Por eso, el coronavirus no lo ha traído Dios, sino el hombre o la mutación natural del virus según las leyes de la naturaleza. Del mismo modo que esta tempestad no la ha originado Dios, sino la naturaleza que provoca los ciclones  y los terremotos. Que se haya hundido la carpa del atrio no es culpa de Dios, sino de montar una estructura endeble en nuestra parroquia y culpa mía por no haberla retirado cuando vi lo que podía pasar, pero por no gastar más dinero la dejé pensando que construiríamos antes.

Son las consecuencias que padecen los pobres. Un terremoto no suele tirar los edificios de los ricos. Por eso, porque Dios nos ha dado inteligencia y voluntad podemos sobreponernos a cualquier vicisitud de nuestra vida y mejorar todo hasta llevar esta creación que Dios ha puesto en nuestras manos a su plena perfección.

Al final, es Dios quien nos invita a superarnos en todo cuanto ocurre en nuestras vidas. Nos sostiene para que podamos realizar sus obras, nos da su fuerza, su gracia y nos ofrece su regalo más grande: Jesucristo y nuestros hermanos para apoyarnos unos a otros.

¿Me preguntas dónde está Dios? Te responderé con una sonrisa: donde un corazón le obedece y ama a sus hermanos. Tú y yo podemos ser providencia de Dios para mucha gente, hacerle presente en este mundo que tanto le necesita. ¡Ánimo!

Te doy las gracias, Señor, porque en medio de este desastre me has mostrado tu misericordia en mis hermanas dominicas, mis hermanos sacerdotes, mi vicario episcopal, mi obispo, mis hermanos feligreses de San Rafael Arnaiz (que son la mejor parroquia de todo Madrid) y mi hermano y compañero de batalla Alberto.

¡Así SÍ! ¡Hay si gobernarais España que bien vendríais, hijos míos!

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