Ante los gravísimos acontecimientos que están ocurriendo ahora mismo en la Iglesia, me dirijo a los feligreses que el Señor ha querido poner bajo mi cuidado para intentar poner algo de luz, esperando que nuestro obispo, don Carlos Osoro, nos de alguna orientación.
Lo primero que quiero compartir con vosotros es la absoluta certeza de que ésta no es, con mucho, la peor encrucijada histórica de nuestra Iglesia. Con lo cual, calma, no pasa nada que no haya pasado antes y la Iglesia sigue en pie. ¿Por qué? Porque por mucho que los humanos tratemos de cargarnos a la Iglesia desde dentro (cardenales, obispos, incluso Papas, por no hablar de sacerdotes escandalosos… ) La Iglesia es un proyecto de Dios para que todos los seres humanos podamos llegar a entrar en comunión con Jesucristo y entre nosotros. Por eso, las puertas del infierno no prevalecerán.
A mí no me da la fe un cura, sino Jesucristo. Del mismo modo, que un cura o un obispo o el mismo Santo Padre, no me van a salvar. Sólo me salva el Señor. Por eso, no pongo mi confianza en los hombres, sino en Jesucristo y todo lo que se dice lo estudio relacionándolo con el magisterio inmutable de la Iglesia. Por eso, no me agobio si hay palabras que se dicen actualmente que no entiendo. Me basta agarrarme al magisterio definido y definitivo de la Iglesia, que nadie puede cambiar.
Es por esto que aunque me duelen especialmente determinados crímenes, no me quitan al fe porque nunca me he fiado de los curas. Los curas servimos para lo que servimos, pero no somos santos hasta que lleguemos al cielo. (¡Por el amor de Dios!, si yo tengo que confesarme cada semana…) Del cura busco los sacramentos y una guía clara, si es capaz de proporcionarla (si no es capaz, no la buscaré en él). Tan sencillo como esto.
Hay curas locos, hay curas criminales, hay curas encantadores, hay curas que sólo les interesa su propia imagen, hay curas estupendos, hay curas mediocres… ¡Por eso, hay que rezar por los curas! Y también ayudarles, apoyarles y corregirles con cariño o brusquedad, según como sea tu trato con ellos. Nos viene mejor una corrección cariñosa y mucha oración, que cualquier crítica mordaz.
No esperes nunca de un hombre lo que sólo Dios puede darte, aunque te lo de a través de ese hombre pecador.
Respecto a la famosa carta del ex-nuncio en EEUU, sólo diré que incluso aunque fueran ciertas las acusaciones, es un gravísimo pecado ponerlo de manifiesto de esa manera. Primero hay que hacerlo de forma privada, luego exponiéndolo a las autoridades competentes, pero no en una carta con tantas generalidades y vaguedades que ni siquiera te puedan acusar de calumnia porque en la misma carta se dice que «no recuerdo con claridad». O ese obispo se ha vuelto loco, o miente o sólo quiere hacer daño, pero está claro que esa carta no ha salido de un puño que vaya a lograr el bien de la Iglesia, ni de la sociedad.
Cierto es que desde que existe una curia romana, existen los celos, envidias, luchas de poder, secretismos y confabulaciones, es algo humano. Algo que ya hizo renunciar a Benedicto XVI porque no se sentía con fuerzas para seguir luchando. Por eso, no hay que asustarse, pero tampoco hay que prestar demasiada atención. Ni el Papa, ni los cardenales van a salvar nuestras almas, sino sólo Jesucristo. Los sacerdotes servimos en la medida en que somos fieles y Dios, a veces, consigue sacar un bien de nosotros, incluso aunque metamos la pata. ¡Gloria a Dios!
Por eso, hermanos, no os desaniméis, no os escandalicéis, no bajéis los brazos ante los malos ejemplos. Dios cuenta contigo. A mí me importa lo que Dios espera de cada uno de nosotros, al margen de lo que hagan los demás. Tenemos una parroquia magnífica, vamos a construir un templo precioso, estamos juntando familias y personas estupendas y maravillosas. Me da igual lo que hagan los «grandes», sólo me importa el gran bien que podemos realizar nosotros, si amamos en acto. A mí no me van a juzgar los cardenales (eso espero…), a mí me va a juzgar Cristo, mi único Señor. Yo no trabajo por los obispos, yo trabajo por Jesús. Sólo espero que dentro de unos años cuando rinda mi alma a Dios pueda decir: «Señor, he amado y cuidado a los que me encomendaste, les he guiado hasta Ti, a veces, enfadándome, a veces con paciencia. Perdóname mis pecados y acógeme por tu misericordia». ¿Tú que querrás decirle cuando te presentes a Él? ¿Crees que te servirá de excusa que algunos obispos y curas no hayan sido fieles e incluso que hayan destrozado la vida a los demás? Al final, lo importante es lo que hayas hecho tú.
Por cierto que de ninguna manera se puede romper la unidad y comunión con el Papa. Puedes no estar de acuerdo con lo que diga (no somo papólatras, sino cristianos), pero en todo caso hay que obedecerte y cuidarte muy bien de romper la confianza de los sencillos. «Quien escandalice a uno de estos los más pequeños, más le valdría…»
Por otro lado, creo sinceramente que en la Iglesia hay muchísimo más bien que mal. El año pasado en la Iglesia Universal éramos 415.656 sacerdotes (según el Anuario Pontificio). ¿Cuántos hay que con toda sencillez tratan de vivir fielmente a Jesucristo sirviendo con todas sus fuerzas a sus hermanos? Entre todo este ganado, algún cabrito se escapará, pero creo yo que son pocos, aunque balan con mucha fuerza.
Es triste tener que escribir esta carta, pero me he dado cuenta de que esta situación está afectando demasiado a algunos de mis feligreses y quería explicar de una vez por todas que la esencia de la Iglesia no son los comadreos que últimamente estamos viendo, sino la voluntad de Cristo de vivir con nosotros definitivamente y para siempre, que ya empieza en esta vida con la Iglesia y llegará a su plenitud en la instauración definitiva del Reino de Cristo.
En fin, no pasa nada porque de vez en cuando nos volvamos locos y rompamos cuatro platos ( el problema es cuando en vez de platos rompemos a las personas que por otra parte no podemos evitar absolutamente que haya pecado en la Iglesia), la Iglesia es mucho más grande que nuestras tonterías… Pero hay tanto por hacer, es tan estupenda esta vida y este mundo en el que Dios nos ha puesto… Es tan apasionante la misión que tenemos entre manos, que no vamos a dejar de rezar y vivir con paz, evangelizar y trabajar poniendo todo el corazón porque Cristo sí se merece todo cuanto hagamos. Yo no soy cristiano porque me encante el Vaticano. Soy de Cristo, a pesar de las intrigas vaticanas. A pesar de tus pecados y de los míos, somos de Cristo y merece la pena evangelizar a nuestros hermanos porque aunque a veces andan muy confundidos el Señor les quiere con todo su ser y mis contemporáneos son buenos, en el fondo, sólo quieren ser felices aunque aún no se hayan dado cuenta de que sólo Cristo llena y satisface la vida. ¡Si no vamos a detenernos por los pecados de nuestra generación, menos aún, por los pecados de curas y obispos de hace treinta años! En todo caso, que los metan en la cárcel, les expulsen del sacerdocio y eviten que puedan volver a hacer daño. Hoy entendemos perfectamente la tolerancia cero, en esa época parecía más importante evitar el escándalo y en el fondo nadie creía que esas animaladas fuera posible que se dieran entre los sacerdotes. ¡Qué horror! Lo único que hoy podemos hacer es acompañar y rezar por las personas que han sufrido tanto sin que nadie les creyera y poner todos los medios para evitar que vuelva a ocurrir, aunque nunca se puede hacer lo suficiente.
Otro tema que me da mucha pena es ver cómo algunos se quedan en una morriña estéril por cómo era la Iglesia hace cincuenta años. El mundo es como es, la Iglesia es como es y son estas circunstancias en las que nos tenemos que mover y santificar. Vamos a buscar cómo acercar a nuestros hermanos hoy a Cristo, buscando el mejor modo de mostrarles que no hay nada mejor que vivir con Jesús. ¡Que Dios no es el enemigo, sino que está a nuestro favor! Busquemos a Jesús y aquello que más nos sirva para abrazarnos a Él… Todo lo demás, sobra.
¡Ánimo hermanos, que Dios es poderoso y tiene gracia reservada para el momento actual! Comenzamos un curso estupendo para servir a nuestros hermanos y dar mucha gloria a Dios. Amando, perdonando y sirviendo con toda el alma.
Que Dios os bendiga y os guarde.